Javier Ceballos Jiménez: Mariana Enriquez: El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones

Idioma original: Español

Año de publicación: 2022
Edición: Leila Guerriero
Valoración: A mi de Mariana Enriquez me interesa hasta la lista de la compra

Pues nada más y nada menos que 812 páginas con artículos varios de la gran Mariana Enriquez se reúnen en este volumen que hará las delicias de los fans de la «Reina del Terror», que será del agrado de cualquiera que no haya leído a Enriquez pero tenga un mínimo interés por la cultura popular (en sus más variadas formas) de los últimos 50 años y que puede ser un interesante, aunque quizá demasiado extenso, acercamiento para que aquellos que no conozcan su obra puedan ver temas, obsesiones o referencias que luego se verán reflejadas en sus cuentos y novelas. 

Dicho esto, los textos pueden ser agrupados en dos categorías: esfera privada y esfera pública.

En cuanto a la esfera pública, esta se compone de textos que versan sobre famosos «raros» del mundo de la literatura, el cine y a música. Y como «raros» debemos entender que se encuentran en alguna de las categorías que la definición de la RAE establece: «que se comporta de un modo inhabitual», «extraordinario, poco común o frecuente», «escaso en su clase o especie», «insigne, sobresaliente o 
excelente en su línea» o «extravagante de genio o de comportamiento y propenso a singularizarse».
Obituarios, reseñas de discos o libros, pequeñas biografías, anécdotas mínimas de ángeles en algún momento caídos y que suelen reunir una vida de «excesos», autodestrucción, éxito y fracaso, belleza y malditismo, etc. Las referencias son innumerables (River y Joaquin Phoenix, Lovecraft, Poe, Jagger y Richards, Marianne Faithfull, Hubert Selby, Charly García (delirante entrevista, por cierto), Asia Argento, Heath Ledger, Gainsbourg. Maya Angelou, etc) y en ese sentido el libro es un artefacto POP que puede funcionar como abrumadora playlist, como tsundoku o como filmografía «esencial». 

Además de por lo ya comentado acerca de las influencias que sobre la obra de la autora tienen buena parte de los personajes comentados, lo que hace que resulte plenamente reconocible para los lectores de Enriquez, si por algo destaca esta esfera pública es por el enfoque de los textos. Hay una parte analítica y una parte descriptiva en ellos que se complementan de maravilla. Los datos, pese a su profusión, no aturden y el análisis de las obras no cae en la exhaustividad académica. Bastan una pinceladas, apenas 4-5 páginas para que la idea quede clara. 

Más sorprendente resultará la esfera privada, esa que podríamos calificar como «autoficción a lo Enriquez». Junto a los relativamente previsibles (pero escasos) textos sobre escritura / literatura y alguna que otra confesión de corte más intimista y serio, aparecen a lo largo del libro textos en los que el humor se abre paso en lo cotidiano y ocupa un lugar central. Descubrimos, así, a una Mariana Enriquez socarrona, ácida, divertidísima. ¡Coño, que a veces me he reído a carcajadas! Hay, por ejemplo, una versión humorística de «Casa tomada», reflexiones sobre sus neurosis dignas de Allen, diatribas desopilantes sobre el turismo, la playa, los ronquidos nocturnos, la maternidad, los indignados, las pasiones virtuales, el sexo, etc. El humor como elemento «distanciador» me parece clave en los textos autobiográficos y este libro es buen ejemplo de ello.

Como podéis ver en la valoración, no soy objetivo con los libros de Mariana Enriquez (a nadie que nos siga les sorprenderá). No son solo los ingredientes, referencias y obsesiones sino el tratamiento que da a los mismo, el ritmo de sus textos… Y a quien se atreva a contradecirme…. LE RETO A DUELO!!

Podéis leer las reseñas de otros libros de Mariana Enriquez en ULAD: Bajar es lo peor ,Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementeriosNuestra parte de nocheLa hermana menorLos peligros de fumar en la camaEl año de la rataEste es el mar y Las cosas que perdimos en el fuego

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Javier Ceballos Jiménez: Kristopher Triana: Buscando al hombre del río

Idioma original: Inglés
Título original: Gone to See the River Man

Traducción: Javier Martos

Año de publicación: 2020
Valoración: Recomendable (o no)

La premisa de Buscando al hombre del río, novela de terror de Kristopher Triana, es la siguiente: Lori está obsesionada con un asesino de mujeres llamado Edmund. Ambos mantienen correspondencia mientras él cumple condena en prisión. Un día, Lori recibe unas instrucciones crípticas de parte de Edmund y, por supuesto, se aviene a cumplirlas.
A mi juicio, varios son los apartados de Buscando al hombre del río a destacar: 
  • Su argumento, moderadamente original y tremendamente adictivo.
  • Su prosa. Aunque en general es bastante sencilla, funciona a la perfección; además, deslumbra, por contraste, cuando al autor le entra la vena lírica. 
  • Las revelaciones. Hay un par de «plot twists» estratégicamente ubicados.
  • La complejidad psicológica de la protagonista. Lori es fascinante en su odio, malestar, desesperación y turbiedad.  
  • El terrorífico diseño del hombre del río. No me ha parecido derivativo, lo cual tiene su mérito, habida cuenta de que el imaginario del horror cósmico tiende al reciclaje o saqueo de monstruitos. 
  • Su mensaje. Dictamina, acertadamente, que la humanidad es intrínsecamente egoísta y malvada, y que basta apenas un pequeño empujón para que demos rienda suelta a nuestros peores instintos.
Por otro lado, querría indicar los que, a mi juicio, son los aspectos menos logrados del conjunto: 
  • Hay en estas páginas algún tropo del género implementado de forma excesivamente obvia. 
  • Ciertos capítulos aportan poco a la trama. 
En resumen: recomiendo Buscando al hombre del río. Si sois el público objetivo de esta ficción, la disfrutaréis de lo lindo. El resto de gente, mejor manteneos al margen. Aunque la novela se aleja del «splatterpunk» que caracteriza otros trabajos del autor, sigue siendo bastante indigesta para quienes tienen el estómago delicado. Y es que la salpican pasajes «gore», aborda temas tabú y la protagoniza un personaje que a medida que avanza la historia va pareciendo más irredimible a ojos del lector.

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Javier Ceballos Jiménez: Diego Muzzio:Las esferas invisibles

Idioma original: Español

Año de publicación: 2014

Valoración: Recomendable 

Tres novelas cortas (o tres relatos largos, según se mire) conforman este Las esferas invisibles del bonaerense Diego Muzzio. Tres textos que, en cualquier caso, poseen una serie de elementos comunes que podrían servir para catalogarlos dentro de la etiqueta «terror gótico»,  como hace la propia editorial en la contracubierta del libro. Yo, en cambio, me inclino más por situarlo dentro de la vertiente oscura de lo «real maravilloso». Pero quizá más reveladores que una etiqueta u otra sean los nombres que a uno le vienen a la cabeza a medida que avanza en los textos: Conrad, Poe, el Informe sobre ciegos de Sabato, Mariana Enriquez, Stephen King o La sed de Marina Yuszczuk.

Sea como fuere, ya digo que hay una serie de elementos comunes a los tres textos: la ubicación espaciotemporal (el Buenos Aires de 1871, en plena epidemia de fiebre amarilla), la obsesión por la muerte, la culpa y el pecado, la presencia de fuerzas que exceden nuestra voluntad y entendimiento, etc. En definitiva, atmósferas y obsesiones compartidas, luz y oscuridad, la razón y las esferas invisibles (¡qué magnífico título!) de lo irracional.

Entrando algo más al detalle, abre el volumen El intercesor, texto que se sirve del recurso a la historia dentro de la historia para trasladarnos a un mundo fantasmal plagado de terrores sin monstruos con un personaje, el negro Tumbo, que recuerda demasiado al Kurtz de El corazón de las tinieblas pasado por el tamiz de la novela gauchesca (vaya combo). Y pese a que atmósfera, paisaje y el progresivo desmoronamiento del protagonista me parecen bien conseguidos, no puedo quitarme de encima esa impresión de demasiadas similitudes con el texto de Conrad.

El ataúd de ébano, por su parte, se acerca más a Poe. Porque habemus ladrones de tumbas, casa «singular», niña «rarita» y dos desertores de la guerra con el Paraguay que viven una oscurísima historia de redención en la que el «terror» es mucho más físico que psicológico. La putrefacción de cuerpos y almas, el hedor y el miedo conviven, por tanto, en un texto que creo que mejora sensiblemente el resultado de El intercesor.

Cierra el libro La ruta de la mangosta, texto en el que se combina a partes iguales lo físico y lo psicológico, lo misterioso y lo terrorífico. Me parece el texto más «ambicioso» y más logrado de los tres, al aunar en uno solo las virtudes encontradas en los anteriores. Una primera parte deliciosamente macabra da paso a una espiral (auto)destructiva de enfermedad, esclavitud y muerte que guiará los pasos de sus protagonistas a través de guerras y epidemias convertidas en fuente de bienestar. 

En resumen, tres nouvelles de temática similar que crecen progresivamente y que dejan en este lector un buen sabor de boca (aunque este sea el de la muerte o el opio)

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Javier Ceballos Jiménez: Jeff Jensen & Jonathan Case: El asesino de Green River

Idioma original: inglés

Título original: Green River Killer: A True Detective Story

Año de publicación: 2011

Traducción: Álex Fernández

Valoración: recomendable (aunque no para todos los gustos)

Quien lea El asesino de Green River lo primero que se encontrará es con su cubierta, claro… y en ésta, al menos en su edición española, unas palabras de nada menos que Stephen King ensalzando este libro y, sobre todo, su comienzo: «Tremendo. La escena inicial más terrorífica que he leído en años (…) Una obra sensacional y escalofriante«. Bien, no digo que esto no sea así, pero cualquiera que haya leído otras declaraciones de King o siga su cuenta de Twitter sabrá que nunca escatima elogios hacia otros autores o sus obras, todo lo contrario… Además de que es de bien nacidos ser agradecidos y, sin duda, el Rey lo es (*).

Ahora bien, es cierto que el comienzo de esta novela gráfica, en el que se nos presenta al «asesino de Green River», tiene su aque… ¿Y quién es este asesino? Digo «es» porque se trata de un auténtico serial-killer, que aún sigue vivo (aunque, por fortuna, entre rejas): pues un tal Gary Leon Ridgway, que durante veinte años sembró de decenas de cadáveres de mujeres los bosques de las afueras de Seattle, en el estado de Washington; de hecho, se le considera el asesino en serie más prolífico de la Historia de EEUU. Aunque eso tampoco quiere decir gran cosa: olvidaos del prototipo de psicópata superinteligente a lo Hannibal Lecter; Ridgway tiene un coeficiente intelectual por debajo de la media y, desde luego, es bastante poco glamuroso (más bien todo lo contrario)… si tardaron tanto en atraparlo fue porque asesinaba generalmente a prostitutas -víctimas especialmente vulnerables-, porque le favorecía la geografía de la zona y, sobre todo, por lo que tardaron en desarrollarse las técnicas de identificación de ADN. Por tanto, y aunque tiene, como es lógico, una importante presencia en la historia -también algunas víctimas y sus familiares, lo que merece un aplauso, pues no es tan habitual-, no es el asesino el principal protagonista del libro, sino el detective, o uno de ellos, que se ocupó de la investigación a lo largo de todos esos años, y que se llama, y no es casualidad, Tom Jensen. 

No es casualidad porque es el padre del guionista, Jeff Jensen (también periodista y guionista de series y películas); lo que se cuenta en esta novela gráfica es, sobre todo, el proceso de caza del asesino, pero más que sus detalles técnicos y avances -y retrocesos, los cambios que provoca en quienes la llevan a cabo, las dudas y perturbaciones internas que sienten al enfrentarse , fracasando una y otra vez, a un asesino tan horripilante y escurridizo, a una investigación tan frustrante… incluso cuando, una vez atrapado, tratan de que confiese el resto de sus crímenes.


Aquí es donde se aprecia la habilidad de Jensen -hijo- como narrador, pues nos va contando el proceso con un constante y arriesgado juego de flashbacks que, en contra de lo que pudiera ocurrir, no lía en absoluto al lector; bien ayudado, es cierto, por las ilustraciones de Jonathan Case, que no sólo consiguen situarnos en cada momento de  la historia sin problemas, sino que además, bajo una apariencia sencilla y clásica,  son una verdadera maravilla en sobrio y estricto blanco y negro.

Una historia, finalmente, auténtica y dura, aviso, sin demasiadas concesiones al morbo y ninguna a la «romantización» de los aseesinos.Pero tampoco idealiza ni falsea el trabajo policial ni las huellas que éste deja en quienes lo ejercen. Algo que, en este caso, el o los autores conocen muy de cerca. Una novela gráfica recomendable pero que quizá no sea para todo tipo de lectores. 

(*) Lo digo porque en esta historia aparece un personaje leyendo uno de sus libros…; )

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El tributo de James McBride en «El color del agua»

Idioma original: Inglés

Título original: The color of water
Año de publicación: 1993
Traducción: Josefina Guerrero
Valoración: Bastante recomendable    


Dice James McBride hacia el final del libro que «la realidad es más extraña que la ficción». Para muestra, su historia y la historia de su madre. Veréis: mujer de origen judío (y polaco) emigrada siendo apenas un bebé a América (allá por los años 20), hija de un rabino que sería todo lo rabino que queráis pero era un cabronazo, repudiada por su familia por su matrimonio con un hombre negro con quien tuvo 8 hijos (+4 de un matrimonio posterior), etc. Vamos, ingredientes más que de sobra para un buen libro, siempre y cuando estos ingredientes caigan en buenas manos. Por suerte, esto último es lo que ocurre.
Para narrar esta historia, que es al mismo tiempo la reconstrucción de la vida de Rachel (Ruth) Shlutsky y el viaje de autoconocimiento del propio James McBride, este opta por una estructura en la que se alternan los capítulos en los que es la propia Ruth quien lleva la voz cantante y los capítulos narrados por el propio McBride. Con aquellos el autor cubre el período que va desde la llegada a América de su familia materna hasta su segundo matrimonio (1925-1960, aproximadamente) y con estos abarca el período que va desde su nacimiento hasta el momento de escritura del texto (1960-1993).
Lo anterior permite observar la evolución de los Estados Unidos durante buena parte del siglo XX, especialmente de los años 30 a los 70, y confiere al texto un aspecto sociológico más que interesante. Asuntos tales como la identidad, el racismo (llámese antisemitismo o «cuestión negra»), la educación, la religión o las paradojas del «país de las oportunidades» son tratados en profundidad y ofrecen un cuadro completo de una parte importante del siglo XX.
Además de este lado sociológico del texto, sí por algo destaca «El color del agua» es por la brutal historia de Rachel. Esta puede ser leída como esas novelas centroeuropeas o rusas de finales del XIX o principios del XX sobre familias o shhetls judíos o, tirando de imaginación por el tiempo transcurrido, como una versión antigua de la serie Unorthodox. Malos tratos, abusos, amores prohibidos, repudio familiar, soledad… Podría ser un dramón de tomo y lomo pero la mirada tierna y compasiva del autor (o de la narradora) y ciertos toques de humor le dan un tono algo más ligero.
Algo menos interesante me resulta la parte narrada por el propio McBride. Pese a que esa mirada se mantiene y a que me parece acertada su puesta en paralelo con la historia materna (huidas, dudas, miedos, superación, etc), determinadas fases del texto se acercan peligrosamente al libro de autoayuda, al mensaje Mr. Wonderful y es algo que no me acaba de convencer.
Pero esto no es obstáculo para que la sensación general tras la lectura de este texto tan «americano» (léase de los USA) pero a la vez tan universal sea más que favorable.

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Javier Ceballos Jiménez – «Lo siniestro» una antología para Halloween

Octubre es el mes de Halloween y del terror, por eso ¿qué mejor forma de terminar el mes que una antología acorde a la temporada? Desde Un libro al día nos hablan de Lo siniestro, una obra de reciente publicación que no te dejará indiferente.

Idioma original: Español 

Año de publicación: 2021

Valoración: Está bien

Vaya por delante que Lo siniestro, antología que compila diez relatos terroríficos de varios autores españoles, me ha gustado. Aun así, los textos aquí reunidos son, a mi juicio, mejorables. En primer lugar, porque se hubieran beneficiado de una corrección ortotipográfica y de estilo más severa. También porque la mayoría de premisas, argumentos y caracterizaciones podrían haberse optimizado. 

Dicho esto, abordemos brevemente las piezas que componen Lo siniestro:

 

  • De «Inventora de muertes» (Espido Freire) destacaría su naturaleza metaficcional, su narradora no fiable y su estructura laberíntica.
  • De «Ellos, los monstruos» (Francisco Bescós) resaltaría los tres personajes principales, amén del clímax que los entremezcla.
  • De «Denn die Toten segeln schnell» (Salomé Guadalupe Ingelmo) alabaría su rigor histórico, aunque tanto su concepto como su factura y sus reflexiones dejan un regusto a historia leída con anterioridad.   
  • «Azufre» (Rebeca Tabales) merece una mención honorífica, pues entrega un enfoque relativamente original en lo que a la mitología del hombre lobo respecta y tiene pasajes e imágenes muy potentes.
  • «Puertas» (Javier Gutiérrez) baraja ideas interesantes, pero a mi juicio, no logra que estas acaben de cuajar. En cualquier caso, valoro su ambientación, su intento de difuminar la realidad y la ambición de su mensaje.    
  • «Venido del infierno» (Félix J. Palma) exhibe un oficio envidiable. Recuerda, de hecho, a esos clásicos de la literatura victoriana de fantasmas que combinan una factura irreprochable con un fondo entretenido. La única pega que le pondría es que no resulta muy memorable.   
  • «El salón de los espejos» (Rafael Mateos Cela) ha conseguido fascinarme con su voz, su crítica política y sus metáforas. Sin embargo, me ha desconcertado hasta tal punto que me siento incapaz de valorarlo. 
  • «Amor de absenta» (David Felipe Arranz) es bastante lineal, más lo reivindico por evocar un París bohemio y un Bram Stoker ebrio de alcohol y amor.
  • En «Monocromático» (Yolanda Arias) se juntan lo macabro con la mala leche y el humor negro.
  • «Espasmo» (Martín Parra) deja un poso de angustia y resuena con la falta de control que el individuo experimenta sobre su propia vida.

En resumen: Lo siniestro es una antología heterogénea que, pese a su calidad fluctuante y su margen de mejora, recomiendo a los amantes del género de terror patrio. Explora toda clase de miedos; miedos que oscilan entre lo psicológico y lo material, la cotidianidad y lo sobrenatural, el intimismo y la hipérbole; miedos que involucran a asesinos, caníbales, espectros y vampiros; miedos que demuestran que el monstruo puede humanizarse y el humano puede convertirse en un monstruo; miedos que, recurran a la tradición o a lo experimental, se nos transmiten con seriedad, firmeza y solvencia.

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Martine Desjardines nos trae «La cámara verde»

Idioma original: francés

Título original: La Chambre verte
Traducción: Luisa Lucuix Venegas
Año de publicación: 2016
Valoración: está bien
 
Esta fue una compra impulsiva, de la que culpo al algoritmo (¿A cuál? Da igual, a uno): estaba yo tan tranquilo haciendo unas compras online en la página de la librería La Puerta de Tannhäuser, cuando, entre
las sugerencias de «libros que te pueden interesar» apareció este. Y leí la descripción de la propia editorial:

Una obra maestra del gótico canadiense, deudora del mejor Robertson Davies, y que bien podrían haber firmado Shirley Jackson o Margaret Atwood. Una de las más divertidas y mordaces sagas familiares de los últimos años, galardonada con el premio Jacques-Brossard.

Dejando de lado el name dropping, al que son tan aficionadas muchas editoriales, había varios elementos que hacían pensar que el algoritmo había acertado: novela gótica, divertida y mordaz, saga familiar… Así que me dejé llevar, y me la compré. Y desgraciadamente, solo ha cumplido con todo lo que prometía a medias, como se puede ver por la valoración.

Porque a ver, es verdad que es una novela gótica (aunque no exactamente de terror), especialmente por estar ligada con una casa (no exactamente maldita), hasta el punto de que la casa es la narradora de la historia (!!!). La familia Delorme, los protagonistas, habitan esta casa que es al mismo el tiempo el templo de su única religión: el dinero. La «cámara verde» que da título a la novela es, de hecho, una mezcla de cripta, capilla y caja fuerte en la que los miembros de la familia realizan sus rituales. Pero su rígido y (hasta entonces) exitoso método de acumulación de riqueza se verá alterado cuando entre en sus vidas Penny Sterling, una joven «con posibles» a la que esperan poder casar con su hijo para que continúe la estirpe.
Así en términos generales, la cosa suena bien, y sin duda hay que reconocerle a la autora originalidad y maestría técnica, al hacer que la historia nos la cuente la propia casa, como decía, y también por la forma como alterna el pasado y el presente para ir reconstruyendo el puzzle de la vida de la familia y de los personajes protagonistas.
Pero hay dos aspectos en los que la novela me ha perdido y por eso no le puedo dar una nota más alta. Primero (y esto es lo fundamental), porque no he conseguido conectar con el humor del texto: los personajes y las situaciones son hiperbólicos, caricaturescos, irreales, las situaciones están llevadas hasta el extremo, y si bien algunas escenas concretas me han hecho reír, en la mayor parte del texto me he visto sosteniendo esa sonrisa incómoda que se te pone cuando alguien está contando algo supuestamente divertido a lo que tú no ves el punto. Sé que a otros lectores les ha encantado, y ole por ellos, pero a mí no ha conseguido divertirme como esperaba.
Y por otra parte, aunque sea una cuestión algo menor, la trama de la novela parece estar construida para llegar a una revelación (casi) final, el típico momento chan-chan-cháaaaan en el que el lector se queda con la boca y los ojos abiertos. Solo que, si la intención era esa, lo cierto es que esa revelación se telegrafía desde muchísimas páginas antes, y de forma creo que bastante transparente, hasta el punto de que me queda la duda de si de hecho es algo que se pretendía mantener secreto para el lector o no (pero si no es secreto, ¿por qué no decirlo abiertamente desde el principio, por qué incluir ese telenovelesco momento chan-chan-cháaaaan
 
Como decía al principio, la culpa fue del algoritmo; y ojo, que en cierto modo el algoritmo hizo bien su trabajo, porque esta novela de hecho encaja perfectamente con el tipo de novelas que me puede gustar leer. Solo que esta en concreto no ha acabado de satisfacerme. 
Coda polémica: Esta novela, como todas las que publica Impedimenta, tiene una cubierta y una sobrecubierta, ambas preciosas (adjunto foto más abajo); y sin embargo, empiezo a tener con las sobrecubiertas la misma relación de amor-odio (pero sin amor) que con las fajas: mientras leo, la sobrecubierta se separa, se desencuaderna, se dobla, y al final acaba siendo algo engorrosa. Solo que, a diferencia de las fajas, no puedo simplemente quitarla y tirarla, porque la cubierta interior no tiene ni el título ni el nombre del autor, solo la ilustración (que, insisto, es preciosa). 
 
Dejo por lo tanto abierto el debate: ¿deben las sobrecubiertas ir al mismo círculo del infierno que las fajas, o podemos ser más benévolos en este caso, en vista del efecto estético que se puede conseguir con ellas – y de la protección, también, que pueden ofrecer a los libros?


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Leer «Destrucción» de Javier López Rodríguez

Idioma original: Español 
Año de publicación: 2022
Valoración: Se deja leer
«Bien sé que no me marcaste el cuerpo a base de golpes ni me cosiste a navajadas, que nunca me diste palizas como hacen otros (…), pero me da que tu receta fue todavía peor. Porque las heridas con sangre crían postilla y curan, si no matan, mientras que los desprecios y las humillaciones, como los moretones, acaban criando pus y, si cuadra, alimentan una gangrena. Fue como si me cortases los dos pies para que no pudiera moverme de aquí. Como si me cortaras también las manos para evitar que pudiera escapar a gatas. / ¿Pienas que exagero? / Yo creo que no.»
La que habla es Felisa, narradora y protagonista de Destrucción. Tiene a su marido atado y amordazado en la bodega. Quiere vengarse de él dejando que muera de hambre, pero no sin antes explicarle las razones por las que le odia. 
Esta vendría a ser la premisa de la novela breve concebida por Javier López Rodríguez. El monólogo de Felisa dura seis días; seis días en los que rememora todas las ofensas que le ha deparado su vida matrimonial; seis días en los que detalla minuciosamente por qué detesta a su esposo.
En primer lugar, dejad que señale los dos apartados de Destrucción que, a mi juicio, funcionan mejor: 
  • Las pinceladas con que el autor ambienta su historia.
  • La voz de Felisa. Es bastante verosímil, pues la enriquecen el empleo de términos anticuados, muletillas e insultos divertidísimos. 
Por otro lado, me gustaría especificar qué defectillos le he encontrado a Destrucción:
  • Tengo la impresión de que la estructura de esta obra es excesivamente lineal. Sólo esconde una sorpresilla en su argumento, y ninguna en el estilo, sus caracterizaciones o sus temas. 
  • Tiende a sobreexplicar ciertas situaciones o acciones. Un poquito más de sutileza hubiera sido bienvenida.
Resumiendo: Destrucción es una novela correcta que se lee de una sentada. Por desgracia, no es muy memorable, ni adorna su desarrollo con algún fleco que dote al conjunto de interés. Lástima; en caso contrario podríamos estar frente a una suerte de Dolores Claiborne castiza. 

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Recomendación: «El tenis como experiencia religiosa» de David Foster Wallace

Idioma original: inglés

Año de publicación: 2016

Traducción: Javier Calvo

Valoración: muy recomendable*

Hace unas semanas, el mundo – sobre todo el Occidental y civilizado y bla bla bla – asistía con diversos grados de emoción a los fastos de despedida de la práctica profesional del tenis por parte de Roger Federer. Leyenda viva del deporte de la raqueta. En cualquier caso, sabedores todos de sus logros previos – puntillosamente matematizados en parámetros como edad, número de Grand Slams (1) o velocidad máxima tomada por la pelota en cualquiera de sus ace (2) se dio el curioso hecho de que todo el mundo prestó más atención a las dos estampas del propio Federer junto a Nadal (3), ambos cogidos de la mano abandonando la cancha en que había tomado lugar el último partido, ambos sentados, cogidos de la mano mientras lloraban a moco tendido recibiendo, especulo, la atronadora ovación del público que había presenciado el match (4), imágenes ambas que, parece ser, debían contribuir a normalizar ciertas reacciones entre hombres heterosexuales y triunfadores e incluso (ahora que Djokovic insiste en situarse en un tercer ángulo reprobable dada su absurda tozudería con no vacunarse del Covid) a desdeñar de forma definitiva lo de que los rivales en la práctica deportiva ha de conllevar antagonismo en lo personal. Solo nos falta ver de la manita a Messi (5) y a Cristiano Ronaldo en una situación similar, incluso compartiendo camiseta, para acabar de opinar que el mundo es un lugar justo e idílico (solo unos minutos antes de recordar  a Putin y Zelensky dirimiendo sus diferencias).

Quiero decir que esta es una contribución significativa a la humanidad, como lo serán esos partidos homenaje que, una vez Nadal se retire, jugarán con cierta frecuencia espaciada, con asientos en fila cero de precios prohibitivos que pagarán empresas de artículos de lujo o multimillonarios con necesidades de desgravación, o fans absurdos que prefieran endeudarse de por vida y perseguir su sueño que dar de comer a su familia.

Pero yo iba a escribir aquí sobre un libro. A pesar de que he visto muy pocos partidos de tenis en mi vida, creo recordar que ninguno entero (6), antes de aseverar que odio el tenis, sería más exacto decir que me es algo indiferente y que no lo sigo en absoluto, aunque cada cierto tiempo puedo caer en la cuenta de que algún nombre empieza a sonarme más con lo que sobreentiendo que contamos con una estrella emergente (ahora creo que hay uno con un apellido de aromas griegos, pero no soy capaz de escribir su nombre (7) ). Hecha esta consideración que, como mínimo esta sea la segunda vez que leo estos dos textos y aprecie de nuevo su enorme calidad, tratándose como se trata de dos artículos sobre un tema que me despierta escasa pasión, dice mucho de David Foster Wallace. Aunque ello signifique que sea la última vez que reseñe al autor (8) puede que la curiosidad haya traído a más de uno hasta aquí y hay que recordarle a los lectores esa cualidad del escritor estadounidense: la de arrastrar con su convicción y su amigable insolencia al lector hacia su terreno. A base de entremezclar temas y saltar de un lado al otro en un discurso – el del primer relato – que pasaría por ser una crónica de un periodista al que han destinado a un lugar equivocado y que tiene que extraer un puñado de páginas de ello, pero no. Foster Wallace practicó el tenis y es un fan entregado. Pero esa entrega no le impide analizar y evaluar lo que sucede entorno a un torneo de primer nivel de tenis profesional. Y si hay que hablar, entre el torrente narrativo, de los precios ajustados o no, de refrescos y bocadillos, pues se habla. O de la analogía del gap social que presentan los precios de las localidades y sus ubicaciones respecto a las pistas. O de la curiosa fauna movilizada alrededor de su organización, desde el estricto marcaje de los patrocinadores obsesionados en remarcar su presencia de forma constante y exprimir hasta la última gota del limón publicitario sobre un deporte practicado y disfrutado por sectores privilegiados de la sociedad. Foster Wallace (9) no es un periodista que habla de un partido y cómo ha acabado. Es un escritor que puede hacer eso (10)– sin abandonar por un momento su personalidad literaria y sus esenciaa estilísticas. La abrumadora (11)  presencia de notas al pie en los textos es representativa de su dispersiva avidez por acotar y apuntar cuánta idea creyera que permite apuntalar el relato principal, aunque haya momentos que la relación se descompensa y el lector profano piense por dónde transcurre el relato principal, si arriba en las cuatro líneas en tipo 11 o abajo en las extensas notas en tipo 8 o 9. Llega un punto, sobre todo en el segundo relato, en que Foster Wallace puede ser tan meticulosamente descriptivo que el profano se sienta desorientado, pero es disculpable en todo momento pues su gusto por los detalles y su precisión incluso al introducir elementos disruptivos muestra unas cimas majestuosas que sus seguidores (11) solo pueden aspirar a imitar.

(1) ¿Queda aquí alguien que no sepa lo que es un Grand Slam?

(2) Idem con un Ace

(3) Idem con Nadal

(4) Ya paro, la broma ha dejado de ser divertida

(5) Otro socorrido recurso entre cierta gente: aparentar no saber quién es Messi

(6) Completamente cierto, no soy un snob como los del punto (5)

(7) Stefanos Tsitsipas – efectivamente griego, gracias Google

(8) Tampoco nos pongamos trágicos, de hecho esto podría considerarse como un extracto o un refrito de la reseña de En cuerpo y en lo otro*, pero el coordinador de este blog es muy fácil de engañar.

(9) Cuya historia es sobradamente conocida si uno he tenido el mínimo interés en la literatura en los últimos veinte años

(10) De hecho el segundo relato, más centrado en un duelo Federer-Nadal celebrado en 2005, es profuso en detalles sobre este un otro tanto, incluso al extremo de provocar la búsqueda de esas imágenes en el siempre socorrido Youtube

(11) Y parece que influyente

(12) Me doy por aludido

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* Salvo por el hecho nada desdeñable de que la editorial tuvo la desfachatez de compendiar dos piezas de un mismo libro anterior (En cuerpo y en lo otro) y ofrecerlas aquí, con una bonita portada y  un precio módico, sin preocuparse de mencionar – o no haciéndolo de un modo claro – que el libro no contiene material inédito y, por lo tanto, es un mero artefacto sacacuartos para, solapadamente, engañar y hacer pasar por caja al lector completista.

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Leer en catalán: «Calla i paga» de Inés García López

Idioma original: catalán
Título original: Calla i paga
Traducción: sin traducción al castellano hasta la fecha
Año de publicación: 2022
Valoración: recomendable

Siempre es algo elogiable que las editoriales abran vías de análisis, reflexión y pensamiento. Diría que en estos momentos en los que saltamos de crisis en crisis (sanitaria, climática, económica) y además lo hacemos de manera que se concatenan unas con otras; cuando, tras cada ola se amplía la brecha entre clases, la aportación de ideas y reflexiones siempre es bienvenida. Y, en este caso, una editorial como Edicions del Periscopi se ha unido con el trabajo de creatividad en literatura y pensamiento de la Escola Bloom para aunar esfuerzos y crear una colección para el ensayo que promete títulos interesantes. Este es el segundo título que publican y es un buen inicio para esta aventura.
Con un título que llama la atención por su imperativo y su contundencia, ya el subtítulo muestra cierta noción sobre lo que el libro expone. Cabe decir, que una vez leído el libro, el subtítulo no se ajusta excesivamente a lo narrado en el libro, pues a pesar de que sí trata sobre psicoanálisis (de manera excesiva) no lo hace sobre política (a menos que ampliemos y extendamos el concepto hasta llegar al punto en que todo es política). Así, hasta que no nos adentramos en el libro no sabemos muy bien donde nos conducirá. Y la verdad es que nos lleva a varios destinos, aunque no todos ellos tan conectados como se pretende en su planteamiento.
Así, empieza el libro con una exposición bastante acertada del mundo occidental actual en la cual se narra el paso de una sociedad materialista a una sociedad consumista, pues «lo que nos gusta es consumir bienestar. Los nuevos productos preparados para el hiperconsumo nos garantizan una mejora perpetua de nuestras condiciones de vida». Ahondando en esta idea, la autora afirma que «ningún objeto se consume estrictamente para su función real, siempre hay un excedente simbólico que atrae al comprador. Por tanto, dejamos de ser “usuarios” para pasar a ser “consumidores”». En esta reflexión sobre el consumismo, la autora se adentra en la relación entre objeto y sujeto y despierta nuestro interés al parafrasear a Lacan cuando afirma que «no nacemos como sujetos porque, antes que nada, lo hacemos como objetos de otro (…) ¿Cuándo nos convertimos, entonces, en sujetos? Lacan responde: el sujeto emerge como efecto del discurso del otro» y esto se muestra especialmente cuando durante la infancia los adultos nos ponen delante de un espejo y nos dicen “eres tú”». Así, la autora asevera sabiamente al exponer que «el lenguaje no es un medio de comunicación, sino el lugar donde nos convertimos en sujetos. El sujeto, por tanto, es un efecto secundario del lenguaje». Un sujeto que cobra forma en rede sociales como Instagram, pues «el que mira la imagen, por tanto, no solo es espectador, sino que convoca una serie de suposiciones sobre el otro que le permite establecer un diálogo».
De esta manera, el libro que ha escrito Inés García López analiza desde la profundidad los conceptos de la subjetividad y el simbolismo, la relación entre objeto y sujeto y los espacios que se abren en el plano real, imaginario y simbólico y que tiene su reflejo y amplificación en la sociedad pues «cuanto más intentemos convocar un ‘nosotros global’, más emergerá un ‘nosotros local’ que resurgirá como retorno del rechazado (…) Ante el riesgo de desaparición del hecho singular bajo este todo aplastador se produce un replegamiento identitario que a menudo tiene aspiraciones locales». Así la autora muestra cómo la balanza se equilibra en los movimientos sociales, si aumenta un todo también aumenta una parte, estableciendo un equilibrio sistémico que compensa los movimientos sin dejar que estos ocupen todo el espectro. Esto ocurre por ejemplo en el feminismo, que cuanto más intenta abarcar más grupos se aportan de él («las mujeres negras no se sienten representadas por las mujeres blancas (…) las mujeres de clase trabajadora se agruparon contra las intelectuales francesas del feminismo de la diferencia», algo que ya apuntaba Mikki Kendall en su libro «Feminismo de barrio».). O también como «las mujeres trans no se ven identificadas con las reivindicaciones de ciertos sectores del feminismo contemporáneo y se ven excluidas».  Este hecho, el “no-todo”, «cuestiona la eficacia de lo Simbólico como totalidad y la viralización de las identificaciones».
A partir de aquí, una vez planteada de manera más que interesante la línea reflexiva argumental, nos adentramos en una parte (hacia la mitad del libro) en la que el ensayo se torna algo más irregular, más críptico y menos cohesionado al introducir el tema del cuerpo y del disfrute de manera algo forzada, a pesar de intentar encontrar una vía de conexión a través del debilitamiento del Simbólico. La autora no acaba de lograr establecer la relación entre los conceptos a excepción de cuando se centra en reflexionar sobre la identidad y el género en un espacio en el que «del género se ha convertido en algo fundamental para identificar una persona y nos sentimos molestos o incómodos cuando no podemos leer el género del otro, cuando tenemos delante una persona con una identidad de género que no es evidente» pues «la necesidad primordial de otorgar una categoría en relación con el género para poder interactuar con el otro tiene como consecuencia una cierta presión a posicionarnos en este sentido». De esta manera, y desafortunadamente, hacia la mitad de la lectura el libro este se vuelve excesivamente críptico en su análisis torno al lenguaje, el significante y el significado y el resto de elementos que intervienen en una conversación lo que causa que el texto se convierta en una lectura excesivamente densa y poco explicativa, como se puede apreciar en el siguiente fragmento: «el amo extrae el saber del esclavo para producir cosas por él. Lo que queda oculto en este discurso es que el amo no sabe lo que quiere. El amo no sabe que no sabe por qué ha fabricado un ‘saber del amo’ con la extracción del del esclavo. Este saber del amo es un saber teórico, articulado y transmisible, un supuesto-saber que nos permite creer que sabemos». A su vez, ahondando en este mensaje, el libro también llega a conclusiones algo inverosímiles como cuando afirma que «si hace un siglo el robo de la plusvalía generaba solidaridad y movilizaciones para exigir el retorno, hoy en día el cliente siente simpatía por el banco, se identifica con él y accede a los intereses que impone». Ciertamente, esto es algo muy difícil de creer, y más difícil aún de ver.
Afortunadamente, el libro recupera el pulso cuando abandona la cripticidad y vuelve a un plano menos teórico al afirmar que «la consciencia de clase se ha desplazado a una conciencia de precariedad despolitizada que es compartida por muchos individuos, pero que difícilmente se lucha en colectivo porque ha dejado de estar dialecticalizada». De igual modo y volviendo al lenguaje y a su análisis con el que empezaba el libro, la autora constata que «como sujetos del lenguaje, somos efecto del otro. La cuestión es como cambiar de posición respecto a este otro de las identificaciones pero que nuestro sujeto no termine en una identidad». Asimismo, retornando a la relación entre política y sociología, la autora acierta de lleno al afirma que «el capitalismo fabrica homogeneidad, pero no vínculo» y ataca de pleno a la industria de la felicidad al afirmar que «podemos aprender a ser felices, y este aprendizaje dura toda la vida, es decir, que nunca alcanzaremos la felicidad completamente» (…) «no hay ningún objeto en el mercado que pueda satisfacer este ideal de felicidad inalcanzable» y toma como ejemplo la comercialización de gadgets que miden el pulso, las calorías consumidas, los kms. andados; unos gadgets que, en lugar de proporcionar control y tranquilidad generan frustración.
En su vertiente más rotunda, la autora critica prácticas como el mindfulness (al que tilda como dispositivo de subjetivación neoliberal) pues «una de sus premisas es no juzgar. Las narrativas del sujeto sobre sí mismo son consideradas pensamientos que nos invaden y, por tanto, valoradas como sospechosas». Con ello, la autora se muestra bastante tajante en sus opiniones y abraza un discurso radical y sin matices acerca de terapias o actitudes relacionadas con el mindfulness, el coaching etc. Sin zonas grises el discurso que realiza es extremista y contundente, y no deja espacio para su cuestionamiento. 
Ya en su tramo final, la autora dirige la mirada del capitalismo a la pandémica del virus y cómo afecta de manera diferente a las distintas clases sociales. Así, expone de manera clara y acertada el abismo al que el consumismo nos dirige y expone lúcidamente que «los desechos son la parte inasumible del circuito de consumo, el ángulo muerto de la sociedad capitalista que coloca los restos de sus objetos de disfrute fuera del campo de visión de la felicidad del consumidor».
Por todo ello, el análisis que hace la autora es interesante (aunque de conclusiones en algunos casos ya sabidas) y es, a su vez, un ejemplo de la diversidad de temas que pretende tocar este libro (identidad, género, capitalismo, clase, feminismo, semiología, psicoanálisis freudiano, etc.) pero que por su corta extensión y por su distinta profundidad según el tema tratado le otorga una irregularidad evidente y excesiva. Ciertamente, no es un libro que recomendaría a cualquier lector, pues su comprensión no es siempre fácil y quizá el resultado hubiera sido mejor si las diferentes reflexiones hubieran estado acompañadas de una entrada que facilite la comprensión del análisis realizo, aunque con ello la extensión del libro hubiera sido superior. En cualquier caso, es interesante el planteamiento que la autora hace y la conclusión a la que el libro llega al afirmar que «únicamente desde la reflexión y la lucidez podremos salir del ciclo sin fin que impone el circuito neoliberal». Sin reflexión no hay comprensión, y sin comprensión no hay avance. Ni tampoco salida.

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